A pesar de todas nuestras grandilocuentes teorías sobre la historia, no fuimos capaces de darnos cuenta entonces de que nos hallábamos ante uno de sus momentos cruciales. Fue en Praga y en Varsovia, en aquellos meses del verano de 1968, donde el marxismo terminó consigo mismo. Fueron los estudiantes rebeldes de Europa central quienes acabaron por minar, desacreditar y derrocar no solo un par de deteriorados regímenes comunistas, sino también la idea misma del comunismo. Si nos hubiéramos preocupados un poco más por el destino de las ideas que manipulábamos con tanta palabrería, quizá habríamos prestado más atención a las acciones y a las opiniones de quienes se habrían criado bajo su sombra.
Nadie debiera sentirse culpable por haber nacido en el lugar adecuado en el momento oportuno. En Occidente fuimos una generación afortunada. No cambiamos el mundo; más bien el mundo, servicialmente, cambió para nosotros. Todo parecía posible: a diferencia de los jóvenes de hoy, nunca dudamos de que tendríamos un trabajo interesante, así que no sentimos la necesidad de desperdiciar nuestro tiempo en algo tan degradante como una escuela de negocios. Muchos de nosotros acabamos trabajando en la educación o en el servicio público. Dedicamos nuestras energías a hablar de lo que no funcionaba en el mundo y cómo cambiarlo. Protestamos contra las cosas que no nos gustaban, y estuvo bien que lo hiciéramos. Al menos desde nuestro punto de vista fuimos una generación revolucionaria. La lástima es que nos perdimos la revolución.”
“El refugio de la memoria”
Tony Judt
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