sábado, 7 de abril de 2012

“Bien pobres son los que necesitan mitos. Aquí los dioses sirven de lecho o de hito al curso de los días. Describo y digo: «He aquí esto que es rojo, que es azul, que es verde. Éstos son el mar, la montaña, las flores». Y ¿qué necesidad tengo de hablar de Dionisos para decir que me gusta aplastar bajo mis narices las drupas de lentisco? ¿Fue, en verdad, dedicado a Deméter ese antiguo himno que más tarde recordaré sin esfuerzo: «Dichoso aquel entre los vivos de la tierra que vio estas cosas»? Ver, y ver sobre la tierra, ¿cómo olvidar la lección? En los misterios de Eleusis, bastaba contemplar. Aquí mismo, sé que nunca me aproximaré suficientemente al mundo. Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar, perfumado todavía por las esencias de la tierra, lavarlas en él y atar sobre mi piel el abrazo por el cual suspiran, labio a labio, desde hace tiempo, la tierra y el mar. Inmerso en el agua, sobreviene el escalofrío, la subienda de una liga fría y opaca; la zambullida, luego, con el zumbido de los oídos, la nariz manante y la boca amarga —nadar: sacar del mar los brazos barnizados de agua para que se doren al sol y sumirlos de nuevo en una torsión de todos los músculos; el curso del agua sobre mi cuerpo, esa tumultuosa posesión de la onda por mis piernas— y la ausencia de horizonte. En la playa, es la caída sobre la arena, abandonado al mundo, de vuelta a mi peso de carne y huesos, embrutecido de sol, teniendo, de vez en cuando, una mirada para mis brazos en donde las charcas de piel seca descubren, al deslizarse al agua, el vello rubio y el polvillo de sal.”

“Bodas de Tipasa”
Albert Camus

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