jueves, 22 de febrero de 2018

“Un río es algo más que un gran caudal de agua. Yo creo en el alma singular de los grandes ríos. En cierto modo, nos hablan, y no siempre lo que nos dicen posee un significado benigno. Lo he sentido en todo momento cuando los he navegado. Los ríos han estado en un par de ocasiones a punto de matarme y luego, con cierto desdén, me han perdonado la vida. Pero también me han enseñado mucho sobre los hombres y sobre mí mismo.
     El alma del Nilo discurre plácida, inocente, y el río cobra un carácter de benefactor allí por donde pasa. Es maternal y dulcemente fértil. Nadie le odia y a nadie espanta. En los territorios de Etiopía, en donde se llama Nilo Azul, te elude y esquiva, con una cierta timidez que te parece como un juego infantil.
     El Congo es feroz, soberbio, fuerte y majestuoso, igual que un rey despótico y, al mismo tiempo, previsible. Sientes que puede matarte por mero capricho. Se manifiesta brutal y admirable, y su vigor, tal vez precisamente por lo excesivo de su brutalidad, te reconcilia con el poder de la Naturaleza.
     El Amazonas se muestra turbio, engañoso y lúgubre, y revela una esencia hermafrodita. Gime como un histérico soberano de las tinieblas. Sabes que puede matarte, como sucede con el Congo, pero aquí la idea de morir te llena de pavor. Su belleza, cuando te asombra, no produce más que engaño: es semejante a un demonio travestido de ángel.”

Javier Reverte
“El río de la desolación: Un viaje por el Amazonas”

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